sábado, 9 de abril de 2011

Amélie y los displaceres de la vida corriente.


Resulta pues, que Amélie, esa película francesa que seguramente todos los que llegan a leer este blog ya conocen y han visto, es del 2001. Cosa curiosa: yo acabo de verla hace apenas un par de días.
¿Que por qué es importante? ¿Qué por qué este “magno-evento” merece un post en este blog? Bueno, por dos razones…
1) Hace mucho que una película no me hacia involucrarme tanto con la historia, los personajes y sus modos de hacer o pensar. La película es tan, tan buena que podría ser de mis diez favoritas de todos los tiempos, si no fuera porque…
2) No me gustó.
Bueno, ahora que ya quieren quemarme en leña verde, dejen les explico:
No es exactamente que no me gustara, pero no me gustó. Le comentaba hoy (ayer ya por la hora) a V, que por varios años, Amélie no fue más que un cúmulo de referencias vagas a las que les faltaba todo el trasfondo. De hecho, creo poder asegurar que todas esas referencias vinieron siempre de las mismas cinco personas; por lo tanto eran como datos aislados que eventualmente se repetían. No carecían de interés pero si de la relevancia que ellas le otorgaban y que yo no podía compartir por simple desconocimiento.
Al principio era molesto no saber de que hablaban, pero con el paso del tiempo me fui acostumbrando al hecho y todo fue adquiriendo otro sentido.
En cierta forma, era curioso, divertido e interesante escuchar las diferentes formas de contarme o las distintas asociaciones que estas cinco personas hacían para sacar a colación más o menos las mismas porciones de la película.
Eso tenía su gracia: Conocer la película (ni siquiera toda la película) a través de anécdotas esporádicas e incompletas. Era como prolongar una historia compleja e intrigante con cada nuevo comentario al respecto, una historia que sólo se iba poniendo mejor y mejor cada vez, una historia que parecía no tener fin.
Pero eso se acabó cuando la ví. Como le dije a V, fue como cuando el duende de jardín empieza a enviarle fotos al padre de Amélie de sus viajes; o como el momento en el que por fin se descubre quién es el tipo que se fotografía repetidas veces: el misterio, la intriga, la curiosidad, la ignorancia, guardaban su encanto.
Por eso, dice V, que soy raro (y creo que lo dijo de verdad, jajaja). En cualquier caso, creo que más bien, yo todavía no estaba listo para dejar ir esa “magia”…

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Uno de los principales problemas que tuve para continuar estudiando medicina fue mi desconfianza, mi incredulidad (o como se diga) a las pastillitas milagrosas.
Ahora, para mi mala suerte, tengo mi dosis diaria de chochos de por vida, más una hermana que si es doctora  y una mamá a la que sólo le basta ese título para estar en todo y al pendiente de que no se me pase ni una toma.
 Pero la cosa no se queda ahí: la falta de un correcto diagnóstico de mi condición hace que la vida se vuelva un tanto “limitada”. Ellos dicen “las limitaciones son por tu bien, por tu salud”. Yo digo “¿de qué me sirve estar bien si no puedo disfrutar la vida?”

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Aaaahhhhh, todo pasa, todo pasa…
Mientras escribo esto la silla en la que estoy silenciosamente se desarma. Acabo de encontrarme uno de sus tornillos en el piso.
El foco de mi cuarto amenaza con fundirse y… ahh! Se fundió! Hizo un ruido como de sapo atropellado y se apagó!
Y no están para saberlo, pero a mi cuarto la única luz que llega es de tipo artificial…