sábado, 7 de junio de 2008

A mi edad, Napoleón ya había conquistado Italia.

Mis miedos me siguen cual sabueso, y con mucho más frecuencia sigo sintiendo que la soledad me destempla los huesos. Lamento por los que me leen (me sorprende cuando veo que lo hacen) que llenar el blog de este tipo de asuntos se vaya haciendo costumbre, una mala costumbre. En cierta forma es hilarante, pero patético.
No he descubierto cómo hacer frente a esas cosas, no al mismo tiempo; no cuando ambos -soledad y miedo- se alimentan mutuamente y me provocan ataques de pánico y desesperación/desesperanza. Todo sucede a un ritmo que me rebasa.

La escuela está por terminar. A no ser que el destino (un poder superior cualquiera, el de un maestro pudiera ser) me juegue chueco, este mes estaré terminando la carrera: más miedo, aunque de otro tipo. No es que no tenga planes ni cosas que hacer; aún está la tesis, y varios proyectos con un montón de gente. Quiero trabajar e irme a vivir solo (irónico ¿no?), quiero hacerlo ya.

Pero como sucede regularmente, es otra cosa lo que siento me hace falta, lo que necesito. Cuando me pongo a pensarlo se siente como un hueco en el pecho, como si me dispararan con una escopeta, una bazooka o una bala de cañón y sobreviviera después de ser atravesado. La ausencia de algo que no estaba ahí pero llenaba un vacío que no percibía.
Sigo pensándoL...., recordándoL...., extrañándoL.... Y espero, sigo esperando por un nuevo encuentro; una oportunidad, una especie de milagro. Lo espero, lo deseo.

***********

Con Alice quedé de verme hoy para ir al MUCA y llegué dos horas tarde, pidiendo mil disculpas y dando explicaciones. ¿Por qué hacemos eso? ¿por qué siempre que nos equivocamos intentamos remediarlo o atenuar nuestro error dando largas, tontas y a veces inverosímiles explicaciones? Ni siquiera funcionan así, nada de lo que explicamos reduce el daño; dar explicaciones es como si trataramos de disculparnos nosotros mismos por lo que hicimos mal y buscar al mismo tiempo una excusa para perdonarnos y decirnos que no hicimos algo tan malo, que no tiene tanta importancia, que todo está bien. Y entonces, unos días, unos meses, un par de personas después, lo volvemos a hacer, no importa; nosotros ya nos habíamos perdonado.

Así empieza a lastimarse la gente, de a poquito, sin ver. Buscando el auto-perdón antes que el de los otros.

3 comentarios:

Milo Simpatica dijo...

Todavía hoy, en las tierras de Carewall, relatan todos aquel viaje. Cada uno a su manera. Todos sin haberlo visto nunca. Pero no importa. No dejarán nunca de relatarlo. Para que nadie pueda olvidar lo hermoso que sería si, para cada mar que nos espera, hubiera un río para nosotros. Y alguien- un padre, un amor, alguien- capaz de cogernos de la mano y de encontrar ese río-imaginarlo, inventarlo-y de depositarnos sobre su corriente, con la ligereza de una sola palabra, adiós. Eso, en verdad, sería maravilloso. Sería dulce la vida, cualquier vida. Y las cosas no nos harían daño, sino que se acercarían traídas por la corriente, primero podríamos rozarlas y después tocarlas y sólo al final dejar que nos tocaran. Dejar que nos hirieran, incluso. Morir por ellas. No importa, Pero todo sería, por fin, humano. Bastaría la fantasía de alguien- un padre, un amor, alguien. Él sabría inventar un camino, aquí, en medio de este silencio, en esta tierra que no quiere hablar. Camino clemente, y hermoso. Un camino de aquí al mar.
Baricco, Oceano Mar

Anónimo dijo...

ay omar,eso de las excusas, leerlo lehadadoaltino..muy al caso..
suena a verdad

Bob dijo...

Oh...a mí me dedicaron ese fragmento cuando cumplí 23...oh!


(emocion)