lunes, 13 de octubre de 2008

Recuento.

En un pequeño espacio de tiempo, a eso de las 11:35 de la noche, vuelvo, finalmente a escribir.
Es que eso de ser mayorcito (entiéndase adulto), no es lo de hoy. Son demasiadas responsabilidades.
Eso de tener que trabajar, nueve horas, y hasta el otro lado de la ciudad, ya no deja tiempo para hacer nada.
De lunes a viernes tengo que ir hasta Xochimilco, un traslado de aproximadamente 3 horas, para llegar a las 9 y salir a las 19. Lo que me deja de regreso en mi casa como a las 10pm. A veces sólo llego, ceno algo, me baño y me voy a dormir; a veces ni eso.
Los fines de semana los tengo "repartidos": un día para producir obra (o hacer el intento), y otro para V, que a decir verdad es poquísimo.
Luego, faltaría agregar un día a la semana para que fuera como el sábado de Dios: sólo descansar. (Si, fue el sábado.)
Ese día no existe.

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Sépase que aquí en la capital, el metro está infestado de vendedores ambulantes. Si, infestado como si se tratara de una plaga. Venden de todo: chicles, plumas, dulces, discos, enciclopedias incompletas, periódicos, y demás. Pero han notadoi como la mayoría de estos vendedores son (o aperentan ser) ciegos. ¿De dónde salieron tantos? ¿hay algún gremio o Sindicato de Ciegos por ahí? ¿o quizá exista el padroteo de ciegos también? No lo sé. Pero son tantos que parecen salidos de un libro de Saramago.
Yo, como de costumbre, dudo. Así que cada que veo a uno de esos vendedores con lente oscuro, me pongo a examinarlo, le dirijo la mirada fija a los ojos, esperando algún tipo de respuesta o reacción, esperando ver más allá de la mica oscura y comprobar si de verdad es un ciego.
Será que estoy aburrido y no encuentro nada más que hacer...

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Este fin de semana fui devorado por los moscos y por un bonche de escuincles fresas y odiosos.

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